jueves, 24 de noviembre de 2011

Lo macabro en conca.

Lo macabro en Conca
                               Azucena Arteaga

“(…) a la orilla de los fondos abismales explorados en varias direcciones por gilles de rais, monk lexis, poe, kafka, lautréamont, atraud. solo la ilumina el sol de gérard de nerval “le soleil noir de la mélancolie”(…)han convidado con tantos monstruos que son seres híbridos, de las posibles civilizaciones anteriores quedan monumentos en ruinas, tumbas y fósiles(…)”
      
                               Maud Westerdahl


De los fondos abismales de Conca, resucitan óleos, y  dibujos, objetos, y grabados, todos, surgidos de entre  una tramoya macabra: maniquís mutilados, armarios olvidados, y máscaras que habían viajado desde una muerta Venecia, muerta de cartón mojado, “donde solo late la vida en las ventanas, en la ropa colgada (…)  donde el poeta F. Ruiz Noguera deseaba acudir “para oír el silencio (…), brotar de las ventanas interiores como un grito de muerte en las fachadas”. Todos ellos, lienzos, dibujos, objetos, grabados… danzan el baile de la muerte, se reúnen como las brujas en aquelarres, en la exposición colectiva “Lo Macabro en Conca”, inaugurada el pasado viernes cuatro de noviembre.


Nacidos todos distintos, cada uno de un abismo mayor, más profundo,  el imaginario mortuorio de sus creadores, esperpento, espejo invertido,  creación macabra, deleites de la bella decadencia de Venecia, de Pasollini, de Goya y  de Valdés Leal, de Tintoretto.

Como al avistar a Can Cerbero a las puertas del infierno, usted encontrará el aviso a la puerta de la casa “blanca y negra”, un marco negro de grandes dimensiones cubierto por  un caos de letras negras que conforman, el cartel anunciante “Lo macabro en Conca”. Y al fin acceder al zaguán de lo mistérico en “la salita” donde habitan los informalistas y retratos de Felipe II y una menina, a los cuales Saura desgarra las entrañas de  la forma hasta transformarlas con su alquimia en trazos negros y violentos. Los mundos otros de Eve María Zimmerman, donde su perfeccionada técnica en las veladuras da origen a una tierra que se descompone sutilmente ante la presencia de un ser, arlequín que habita en las profundidades, el  terrible retrato de una novia cadáver, (“experiencia” de Luis Alberto Hernández), un enmascarado monje de la India,  que a pesar de sus vibrantes tonos, Patricia Delgado le ha dado una impronta confusa, entre ternura y miedo. Y en el armario imponente, las miniaturas de Alfonso García Vergara, aquelarres, hombres - ave rapiña, con su curiosa particularidad habitual de ser imágenes reversibles, e igualmente macabras en sus dos caras. 
De la oficina cuelga la Santa Muerte mexicana, y las geniales esculturas “objet trouvé, y “assamblage” del polifacético humanista Gotthart Kuppel, su homenaje a lo macabro, su homenaje “a Goya y a Durero”, escribe el mismo “estas figuras aquí son diferentes. En ellas mirándolas de cerca no se puede distinguir si se trata de un ser viviente o de la muerte en figura de un hombre difunto. Entre vivo y muerto no se puede distinguir indudablemente” junto a ellas, el decadente lienzo de Cándido Camacho, cubierto de resinas y cucarachas. 
El Pasillo que conduce al secreto salón, donde se celebra la muerte, se encuentra presidida por un magnífico lienzo, una ironía bellveriana, donde el pintor se autorretrata danzando con la mismísima muerte en Oaxaca, a su lado y sobre una repisa madera oscura, se apoya, un libro de notas desplegado como un acordeón, y mostrando en cada cara un rostro decrepito al temple, originales de Luis Mayo, recogidos en “Mi chiste favorito de Guardias”, parece ser una clasificación científica, que ordena los grados de decrepitud en los rostros.  Pero el pasillo se oscurece, cubierto por un falso techo, una nube plástica, oscura, se retuerce, recae, se alza, se arruga, y recuerda a la talla de enormes mantos en las tumbas del célebre Bernini. 
Las paredes contienen sumidas en su oscuridad tenue, un aquelarre de Siliuto, Vanitas de José Hernández, o un retrato que personaliza al viento, feroz, e invernal de Loli Iñiguez, el pasillo inyecta lo terrible en el descenso del espectador, no acompañado por Dante, sino  de las manos de los citados artistas.
El pasillo se bifurca, en dos puertas iluminadas, y es en el punto de fuga del pasillo, donde la puerta deja entre ver guiada por la nube negra, un bello pero no menos macabro tríptico, se trata de “el columpio (desencanto)”, del pintor canario de la Generación 70 Gonzalo González, en cada lienzo sobre un fondo negro, aparecen recortadas dos retratos de mujeres cuyo rostro es un amasijo de carne, amasijo de carne que se columpia en el tercer lienzo. (Quizás como  homenaje a la obra de Francis Bacon).
Y como Dante desciende a los infiernos por estratos, el espectador se encuentra ante las obras, pisos de una torre de babel, (cada cual más terrible), ascendiendo a un  placer extraño,  ante la  plasticidad descarnada, de lo feo transfigurado en bello. En tal tránsito, usted puede quedar paralizado al enfrentarse al San Sebastián de Emilio Machado, el carácter plano de la figura no resta potencia a la imagen de un San Sebastián obnubilado por el miedo y el dolor, un rostro cuyas formas, primitivas y simples, acentúan, la impresión en el espectador.  El lienzo de Emilio Machado es la personificación del terror, un santo que si bien es protector de la peste, aparece vencido, lejos del Adonis tradicional. 

En la misma sala, los lienzos de Eve María Zimmerman, conducen a otros mundos, sumidos bajo la tierra, revelan “realidades invisibles”,  (es así como Elena Morales titula un capítulo dedicado a esta pintora, en Los Lenguajes de la Conca, Arte para tocar el alma), y cierto es lo que escribe la doctora en Bellas Artes, refiriéndose a la obra de Eve María Zimmerman, “la muerte dialoga con el resto de los seres y los arrastra hacia ella. La muerte dialoga con los vivos. La muerte dialoga con los muertos. La muerte dialoga con la muerte”, sin embargo la muerte danza otra danza, una particular, “la danza de la oscuridad”, la danza Butoh, “si se encuentra el Butoh como un arte que baila con la muerte y una pintora que mira a los ojos de la muerte, tiene que formarse necesariamente una unión expresiva, asustadora y vital entre la vida y la muerte”, dice Gothart Kuppel.  La complicación técnica, y lo escabroso del tema se muestran en los lienzos de Zimmerman, con sosiego, ofreciendo la muerte como la existencia de la otredad, un vivir paralelo y en ellas una extraña belleza que la pintora les impone, no sólo a través de su virtuosísimo técnico sino de un rico imaginario interior.


En la misma sala, colgando de una gran caja de embalaje, “la obra de josé hernández viene de una comarca aislada, a la orilla de los fondos abismales explorados en varias direcciones por gilles de rais, monk Lewis, poe, kafka(…)los indígenas viven en una inmensa soledad y una desesperanzada espera de la nada, creen que siempre han sido así. Nunca han conocido la risa ni la sonrisa (…) evolucionan en un vacío histórico (ni hay día ni noche ni relojes). han convivido con tantos monstruos que son seres híbridos, de las posibles civilizaciones anteriores quedan monumentos en ruinas, tumbas, fósiles (:..) lo más terrible de su manera de ser es que no hacen nunca nada: no trabajan, no piensan, no miran, no viven. están ahí. godot no aparece ni aparecerá (…) la obra de josé hernández es la más cruel acusación a la condición humana, de hoy o de siempre. (Maud Westerdahl, 1973)
Pero parece ser que al salir de esta sala, la memoria del espectador retiene como recuerdo de “Lo Macabro en Conca”, por sus líneas simples y composiciones concienzudamente construidas,  el hermetismo que encierran los rostros alienados de “la otra mitad” o de “retrato”,   personajes metafísicos de Andrés Rábago, que no solo se guardan para sí, los secretos de una simbología trascendental,  sino que entablan un monologo arduo, que el espectador escucha, quien  alienado también,  intenta penetrar en su mundo, pero incapaz de lograr atravesar la metafísica del pintor filósofo, dialoga solo con interrogantes, ¿por qué se dobla el mismo personaje, dándose la mano,  el primero, su rostro es vivo y el segundo, la otra mitad, su rostro es una calavera, y porta una cesta de fruta? 

“sin embargo puede ser que esta feroz crítica sea un deseo de salvación, un acto moralista o testigo clarividente. Quizás quiere llamar la atención frente al peligro. Suponiendo, en el mejor de los casos, que el ser humano sea recuperable aún, que no es demasiado tarde, si no se escuchan advertencias como las de josé hernández, la “saison en enfer” no terminará nunca. (…)” “estamos metidos como fantasmas entre fantasmas, entre desesperantes negaciones: la de una vida válida, la de creer en algo, la de cualquier posibilidad de escape, este mundo abominable tiene que terminar, estallar, hundirse, pudrirse en su propio pus” dice Maud Westerdahl, y quizás siguiendo sus palabras, pienso que “ Lo Macabro en Conca”,  donde resucita la muerte en el arte, no sólo sugiere el placer de observar mundos paralelos, sino conduce a la reflexión, al conocimiento de la mente de una Humanidad en una crisis que trasciende al económico, que materializa sus miedos, en fantasmas y monstruos y que se detiene como voyeur a observarlo y entre todo el terror, nace un atisbo de esperanza al enfrentarse a ellos, (espejos, esperpentos de nuestra realidad, de nosotros mismos, un presente en todo macabro). 

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